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lunes, 10 de enero de 2011

La Faceta Desconocida del Cristianismo: Fragmento del ensayo La Cristiandad Alerta (Bart Ehrman), en El Evangelio de Judas (Rodolphe Kasser et al)

En relación a la corriente concreta del gnosticismo representada por el Evangelio de Judas, podemos remitirnos al excelente ensayo de Marvin Meyer (publicado en este libro), que explica el evangelio en los términos de la secta conocida como gnósticos séticos. Pero aquí debo explicar en términos generales lo que tenían en común las diversas y extendidas sectas gnósticas y por qué escritores ortodoxos como Ireneo (de Lyon) las veían como una amenaza. El término gnosticismo deriva de la palabra griega gnosis, que quiere decir “conocimiento”. ¿Y qué es eso que saben? Conocen secretos que pueden conducir a la salvación. Para los gnósticos, una persona se salva no por la fe en Cristo o por sus buenas obras, sino por el conocimiento de la verdad acerca del mundo en el que vivimos, acerca de quién es el verdadero Dios y, especialmente, acerca de quiénes somos nosotros mismos. En otras palabras, se trata den gran medida de autoconocimiento: conocimiento de nuestro origen, de cómo hemos llegado aquí y de cómo podemos volver a nuestra morada celestial. Según la mayoría de los gnósticos, este mundo material no es nuestra casa. Estamos atrapados aquí, en estos cuerpos de carne, y necesitamos aprender el modo de escapar. Para los gnósticos que también eran cristianos (muchos gnósticos no lo eran) es el propio Cristo quien nos trae ese conocimiento secreto desde los cielos. Él revela la verdad a sus seguidores más próximos, y es esa verdad lo que puede hacerlos libres.
El cristianismo tradicional enseña, por supuesto, que nuestro mundo es la maravillosa creación del único dios verdadero. Pero no era eso lo que pensaban los gnósticos. Según un amplio abanico de grupos gnósticos, el dios que creó este mundo no es el único, y de hecho ni siquiera es el más poderoso ni es omnisciente. Es una deidad más baja, inferior, y a menudo ignorante. ¿Cómo puede alguien mirar este mundo y decir que es maravilloso? Los gnósticos veían los desastres que los rodeaban – terremotos, tempestades, riadas, hambrunas, sequías, epidemias, miseria, sufrimiento – y declararon que el mundo no es bueno. Pero, dijeron, ¡no puedes culpar de este mundo a Dios! No; este mundo es un desastre cósmico, y sólo habrá salvación para aquellos que aprendan cómo escapar de este mundo y de sus trampas materiales.
Algunos pensadores gnósticos explicaron este perverso mundo material desarrollando complicados mitos de la creación. Según esos mitos, la deidad suprema queda enteramente fuera del mundo, pues es espíritu absoluto sin cualidades ni aspectos materiales. Ese ser divino engendró una numerosa prole: los eones, que, como él, eran entidades espirituales. Originalmente, ese reino divino habitado por Dios y sus eones era todo cuanto había. Pero sucedió una catástrofe cósmica, en la cual uno de aquellos eones de alguna manera cayó fuera del reino divino, y eso dio lugar a la creación de otras entidades divinas que, por lo tanto, cobraron existencia fuera de la esfera divina. Esas divinidades menores crearon nuestro mundo material, hicieron el mundo como lugar donde retener las chispas de divinidad que habían capturado, a las que colocaron en cuerpos humanos. Algunos humanos, en otras palabras, tienen un elemento de la divinidad en su interior, en su núcleo esencial. Esas personas no tienen almas mortales, sino inmortales, encerradas temporalmente en este miserable y caprichoso reino material. Y esas almas necesitan escapar, volver al reino divino de donde vinieron. Los mitos narrados por los diversos grupos gnósticos diferían bastante entre sí en muchos detalles. Y no son nada sin los detalles. A los lectores modernos esos mitos pueden resultarles enormemente confusos y extraños. Pero su punto más importante está claro: este mundo no es la creación del único dios verdadero. El dios que hizo este mundo – el Dios del Antiguo Testamento – es una deidad de segundo orden, inferior. No es el dios supremo que debe ser adorado. Más bien debe ser evitado aprendiendo la verdad sobre el reino divino definitivo, sobre cómo podemos escapar de él.
Debo remarcar que no todo el mundo cuenta con los medios para escapar. La causa es que no todo el mundo tiene la chispa de divinidad en su interior; sólo algunos de nosotros. Los demás son las creaciones del dios inferior de este mundo. Ellos, como las demás criaturas que hay aquí (perros, tortugas, mosquitos y otros), morirán y ése será el final de su historia. Pero algunos de nosotros somos divinidades atrapadas. Y necesitamos aprender la manera de volver a nuestra morada celestial. ¿Cómo podemos hacernos con el conocimiento secreto necesario para nuestra salvación? Obviamente, no podemos conseguirlo observando el mundo que nos rodea y deduciéndolo por nosotros mismos. El estudio de este mundo sólo proporciona información sobre la creación material de una deidad inferior que no es el Dios verdadero. Lo que necesitamos no es eso, sino que se nos haga una revelación desde las alturas. Es necesario que haya un emisario del reino espiritual que venga a nosotros para decirnos la verdad sobre nuestro origen, nuestro destino y cómo podemos escapar. En las religiones cristianas gnósticas ese enviado de las alturas para revelarnos esa verdad es Cristo. Sentada esta base, Cristo no fue un simple mortal que impartía sabias enseñanzas religiosas; ni el hijo del dios creador, el Dios del Antiguo Testamento. Algunos gnósticos enseñaban que Cristo era un eón del reino superior; que no era un hombre de carne y hueso nacido en este mundo del creador, sino que había venido de arriba sólo con la apariencia de ser humano. Era un fantasma encarnado para enseñar a los que habían sido llamados (es decir, los gnósticos, que albergan la chispa) las verdades secretas que necesitan para su salvación. Otros gnósticos enseñaban que Jesús era un hombre real, pero que la chispa que había en su interior no era corriente. Su alma era una entidad divina especial que vino de las alturas para habitar temporalmente en el hombre Jesús, para usarlo como instrumento para la revelación de las verdades necesarias a sus seguidores más próximos. Establecido eso, el elemento divino entró en Jesús en algún momento de su vida – por ejemplo, en su bautismo, cuando el Espíritu descendió sobre él – y lo abandonó una vez que su misión hubo terminado. Eso explicaría por qué, en la cruz, Jesús gritó: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”. Porque el elemento divino que había en él lo abandonó antes de su crucifixión, ya que, a fin de cuentas, la divinidad no puede sufrir y morir.
Los perseguidores de herejías como Ireneo encontraban a los gnósticos particularmente peligrosos y difíciles de atacar. El problema era que no se podía razonar con un gnóstico para mostrarle que seguía un camino equivocado: ¡él tenía un conocimiento secreto del que los otros carecían! Si se le decía que erraba, él podía simplemente encogerse de hombros y tacharnos de ignorantes. Y así Ireneo y otros como él tuvieron que echar el resto en sus ataques intentando convencer a otros cristianos, al menos, de que en realidad los gnósticos no estaban en posesión de la verdad, sino que la habían pervertido rechazando al Dios del Antiguo Testamento y su creación y negando que Cristo fuera realmente un ser humano de carne y hueso, cuya muerte y resurrección (no sus enseñanzas secretas) traían la salvación. En los cinco tomos de la refutación de Ireneo a los gnósticos se condenan sus creencias por ser irremediablemente contradictorias, ridículamente detalladas y contrarias a las enseñanzas de los propios apóstoles de Jesús. Algunas veces Ireneo citó algunos textos gnósticos para ridiculizarlos cotejándolos con las Escrituras aceptadas por la Iglesia de manera general. Uno de los escritos de los que se burló era precisamente el Evangelio de Judas.

Ricky Gervais: Por Qué Soy Ateo

Traducido por Daniel Barona Narváez.

¿Por qué no crees en Dios? Me hacen esta pregunta todo el tiempo y siempre trato de dar una respuesta sensible y razonada. Esto es usualmente incómodo, una pérdida de tiempo, e inútil. Las personas que creen en Dios no necesitan pruebas de su existencia, y ciertamente no desean evidencias de lo contrario. Son felices con sus creencias. Incluso dicen cosas como “es verdad para mí” o “eso es fe”. Aún así doy mi respuesta lógica porque siento que no ser honesto sería denigrante y maleducado. Es irónico, entonces que el hecho de que “no creo en Dios porque no hay evidencia científica en lo absoluto para su existencia, y por lo que sé, la definición misma es una imposibilidad en este universo conocido”, sea al mismo tiempo algo denigrante y maleducado.
La arrogancia es otra acusación, lo cual parece particularmente injusto. La ciencia busca la verdad, y no discrimina. Para bien o para mal, descubre cómo son las cosas. La ciencia es humilde. Sabe lo que sabe, y sabe qué es lo que no sabe. Basa sus conclusiones y creencias en evidencia sólida –evidencia que es constantemente actualizada y mejorada. No se ofende cuando nuevos hechos salen a la luz. Abraza al cuerpo de conocimiento. No se sostiene en prácticas medievales porque ellas son tradición. Si lo hubiera hecho, no podrían utilizar la penicilina, tendrías que hacer un agujero a través de tus pantalones y rezar. Cualquier cosa que “creas” no es tan efectiva como la medicina. De nuevo puedes decir “esto funciona para mi”, pero también los placebos. Mi punto es que digo que Dios no existe. No digo que la fe no existe, sé que la fe existe; la veo todo el tiempo. Pero creer en algo no lo hace verdadero. Esperando que algo sea verdad no lo convierte en verdad. La existencia de Dios no es subjetiva: el existe o él no existe. No es una cuestión de opinión. Tú puedes tener tus propias opiniones, pero no puedes tener tus propios hechos.
¿Por qué no creo en Dios? No, no, no. ¿Por qué TÚ crees en Dios? Seguramente la carga de la prueba cae sobre el creyente. Ustedes empezaron esto. Si yo vengo y te digo “¿por qué no crees que yo pueda volar?” tu dirías, “¿por qué debería hacerlo?”. Yo respondería “porque es una cuestión de fe”. Y si yo luego dijera “Prueba que no puedo volar. Prueba que no puedo volar… ¿ves?, ¿ves? No puedes probarlo, ¿o sí?”, probablemente te irías caminando o llamarías a seguridad, o me arrojarías a través de la ventana gritando “vuela entonces lunático”.
Este es, por supuesto, un tema de espiritualidad, la religión es un tema diferente. Como ateo, no veo nada de “malo” en creer en un dios. No pienso que exista un dios, pero la creencia en él no hace daño. Si te ayuda de algún modo, entonces está bien por mí. Es cuando las creencias empiezan a infringir los derechos de otras personas lo que me preocupa. Nunca negaré tu derecho a creer en un dios, pero sí me preocuparé de que no maten gente que cree en un dios diferente, por ejemplo; o que apedreen a alguien hasta la muerte porque tu libro sagrado dice que su sexualidad es inmoral. Es extraño que alguien que cree que un ser todopoderoso y omnisapiente responsable por todo lo que pasa, querría también juzgar y castigar a la gente por lo que es. De lo que puedo ver, el peor tipo de persona que puedes ser es un ateo. Los primeros cuatro mandamientos inciden sobre este punto. “Hay un Dios, yo soy Él, nadie más lo es, ustedes no son tan buenos y no lo olviden”. (“No matar” no se menciona hasta el punto número seis).
 Cuando me veo confrontado con alguien al que le desagrada mi carencia de fe religiosa, simplemente digo “es la manera en la que Dios me hizo”.
¿Pero realmente de qué son acusados los ateos?
La definición de diccionario de Dios es “un creador y supervisor sobrenatural del universo”. Incluidos en esta definición están todas las deidades, diosas, y seres sobrenaturales. Desde los inicios de la historia registrada, la cual está definida por la invención de la escritura por los Sumerios alrededor de 6000 años atrás, los historiadores han catalogado más de 3700 entes sobrenaturales, de los cuales 2870 pueden ser considerados deidades.
Así que la próxima vez que alguien me diga que cree en Dios, diré “¿En cuál? ¿Zeus?, ¿Hades?, ¿Júpiter?, ¿Marte?, ¿Odín?, ¿Thor?, ¿Krishna?, ¿Vishnu?, ¿Rá?...”. Y si dice “Sólo Dios. Yo solo creo en el único Dios”, señalaré que es casi tan ateo como yo. Yo no creo en 2870 dioses, mientras que él no cree en 2869.
Yo alguna vez creí en Dios. Me refiero al Dios cristiano.
Yo amé a Jesús; él era mi héroe. Más que las estrellas de pop, más que los futbolistas, más que Dios. Dios por definición era omnipotente y perfecto. Jesús era un hombre, y tuvo que luchar en ello. Tuvo tentaciones pero venció al pecado; tuvo integridad y coraje. Pero era mi héroe porque era bueno. Y era bueno con cualquiera. Él nunca presionó ni fue tirano ni cruel con sus coetáneos. No le importaba quién fueras. Él te amaba. ¡Qué tipo!, yo quería ser como él.
Un día, cuando tenía unos 8 años de edad, estaba dibujando la crucifixión como parte de mi tarea de estudio de la Biblia. También amaba el arte, y la naturaleza. Amaba cómo Dios había hecho a todos los animales; eran casi perfectos. Incondicionalmente bellos. Era un mundo maravilloso.
Yo viví en un área urbana de clase trabajadora muy pobre llamada Reading, a unas 40 millas al oeste de Londres. Mi padre era un jornalero y mi mamá ama de casa. Nunca me avergoncé de la pobreza; era casi noble. Incluso, todos los que yo conocía estaban en la misma situación, y yo tenía todo lo que necesitaba. La escuela era gratis, mi ropa era barata y siempre limpia; y mamá estaba siempre cocinando. Ella estaba cocinando el día que yo dibujaba la crucifixión.
Yo estaba sentado en la mesa de la cocina cuando mi hermano llegó a casa. El era 11 años mayor que yo, así que tendría unos 19. Era tan listo como cualquiera que yo conocía, pero también era molesto. Siempre contestaba todo y se metía en problemas. Yo era un niño bueno; iba a la Iglesia y creía en Dios – que alivio para una madre de clase trabajadora. Verán, al crecer en donde yo viví, las mamás no aspiraban a algo tan alto como para querer que sus hijos fueran doctores; simplemente esperaban que sus hijos no vayan a la cárcel. Háganlos crecer creyendo en Dios y serán buenos y respetuosos de la ley. Es un sistema perfecto. Bueno, casi. 75% de los Americanos son cristianos temerosos de Dios; 75% de los prisioneros son cristianos temerosos de Dios. 10% de los Americanos son ateos; 0.2% de los prisioneros son ateos.
En fin, ahí estaba yo dibujando muy feliz a mi héroe, cuando mi hermano mayor Bob preguntó “¿por qué crees en Dios?”. Una simple pregunta, pero mi mamá entró en pánico. “Bob”, dijo ella en un tono que yo sabía que significaba “cállate”. ¿Por qué era eso algo malo para preguntar? Si había un Dios y mi fe era fuerte, no importaba lo que dijera la gente.
¡Un momento! Dios no existe. Él lo sabe y ella lo sabe en su interior. Era tan simple como eso. Empecé a pensar acerca de ello y haciéndome más preguntas, y después de una hora, era un ateo.
Wow, Dios no existe. Si mamá me había mentido acerca de Dios, ¿también lo había hecho con Santa? Sí, por supuesto, ¿pero a quién le importa? Los regalos seguían viniendo, así como los regalos de mi recién descubierto ateísmo. Los regalos de la verdad, la ciencia, y la naturaleza. La verdadera belleza de este mundo. Aprendí de evolución – una teoría tan simple que solo el más grande genio de Inglaterra había dado con ella. La evolución de las plantas, los animales, y nosotros – con imaginación, libre albedrío, amor y humor. Nunca más necesité una razón para mi existencia, solo una razón para vivir. Y la imaginación, el libre albedrío, el amor, el humor, la diversión, la música, los deportes, la cerveza y la pizza son todas muy buenas razones para vivir.
Pero vivir una vida honesta – para ello tu necesitas la verdad. Esa fue la otra cuestión que aprendí ese día: que la verdad, aunque chocante e incómoda, al final lleva a la liberación y a la dignidad.
Así que, qué significa realmente la pregunta “¿por qué no crees en Dios?”. Yo creo que cuando alguien pregunta eso, en verdad están cuestionando sus propias creencias. En cierto sentido, ellos preguntan “¿qué te hace tan especial?”, “¿cómo es que no te lavaron el cerebro como al resto de nosotros?”, “¿cómo te atreves a decir que soy un tonto y que no iré al cielo?”. Seamos honestos, si una sola persona creyera en Dios, sería considerada algo extraña. Pero como es una visión muy popular, es aceptada. ¿Y por qué es una visión tan popular? Es obvio, es una proposición atractiva. Cree en mí y vivirás por siempre. De nuevo, si fuera solo materia de espiritualidad estaría bien. “Haz a los otros…” es una buena regla. Yo vivo según ella. Perdonar es probablemente la mayor virtud que existe. Pero eso es exactamente lo que es: una virtud. No solo una virtud cristiana. Nadie es dueño de la capacidad de ser bueno. Yo soy bueno, solo que no creo que vaya a ser recompensado por ello en el cielo. Mi recompensa es aquí y ahora. Es saber que trato de hacer lo correcto; que vivo una vida buena. Y ahí es donde la espiritualidad realmente pierde su camino: cuando se convierte en una herramienta para golpear a la gente. “Haz esto o te quemarás en el infierno”.
No te quemarás en el infierno, pero sé bueno de todos modos.

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