Si pensamos acerca de alguna cosa que consideramos real y razonable, y que hemos concebido desde que éramos tiernos infantes, una de las primeras cosas que mencionaríamos sería el alma humana.
Durante años nos hemos detenido al menos un momento a pensar qué es lo que mueve nuestro ser, lo que nos hace ser nosotros mismos, quedándonos muchas veces sin respuestas materialistas y naturales ante tal cuestionamiento. Producto de este asombro y desconcierto inicial, concluimos que nuestra alma o espíritu es lo que nos hace ser seres humanos individuales y únicos, lo que nos hace ser “nosotros mismos”.
Pues, en este artículo explicaré algunas falacias lógicas de esta forma de pensar y algunos argumentos que hacen ver que lo que llamamos alma es una serie de procesos biológicos netamente materiales y naturales, moldeados por el proceso evolutivo.
Primero que nada, debemos analizar la concepción de alma o espíritu, y para ello utilizaré la definición religiosa de ésta palabra que la R.A.E. nos muestra:
“Alma: En algunas religiones y culturas, sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos.”
Es decir, el alma se considera como una energía. Los problemas de esta afirmación o suposición, han sido explicados en parte en uno de mis artículos anteriores dividido en dos partes: La Imposibilidad de lo Sobrenatural I y La Imposibilidad de lo Sobrenatural II. ¿Pero qué otras implicancias tiene el concepto de alma? Normalmente se considera que los humanos somos los únicos seres vivos poseedores de alma (según lo que las religiones nos dicen). Si este fuera el caso, y realizáramos un simple análisis evolutivo, empezarían a surgir las contradicciones. Veamos cómo es que sucede esto haciendo una regresión en el tiempo geológico. Supongamos que nos remontamos un poco hacia atrás en el pasado hasta llegar a nuestro antecesor más próximo: alguna especie de homínido bípedo muy similar a nosotros en cuanto a sus características generales. Asumimos que este homínido tiene alma también. Ahora retrocedamos mucho más hasta llegar a nuestros antepasados cuadrúpedos; por ejemplo, los insectívoros primitivos. Entonces asumamos que éstos también tienen alma. Ahora llevemos esta regresión hasta límites en los que la posibilidad de un organismo con alma ya se haría más difícil según la concepción que de ésta se tiene. Retrocedamos hasta nuestros ancestros bacterianos. ¿Una bacteria podría tener alma?... Asumamos que sí por el momento. Ahora retrocedamos a los primeros replicadores orgánicos, los precursores del ARN y el ADN. El alma en estas moléculas ya se hace más incompatible desde todo punto de vista. Y si vamos más atrás aún, llegaremos al límite entre el nivel atómico y el molecular. Pues, la pregunta del millón en este punto volvería a ser la misma: ¿una molécula o un átomo pueden tener alma?
Después de este simplificado y breve análisis nos damos cuenta de que para que el ser humano tenga alma, necesariamente ésta tiene que haber sido heredada de sus ancestros, y éstos ancestros tienen que haberla heredado a partir de sus ancestros, y así hasta llegar al origen de la vida. Otra posibilidad sería que ésta alma haya aparecido y evolucionado junto a las demás estructuras biológicas. Si esto último fuera tomado como respuesta, entonces no cabría darle al alma la etiqueta de “divino”, sino de natural. Una última posibilidad sería que el mismo Dios nos da el alma al nacer, pero sería aún más contradictoria, porque tendríamos que analizar primero la existencia de Dios (cuestión que tiene tanta evidencia y lógica como la del alma misma, es decir, nula) y preguntarnos en qué momento de nuestro desarrollo se nos “instala” el alma. Pero el problema de cualquiera de estas explicaciones es que simplemente no hay evidencia alguna de ninguna entidad o energía llamada alma; nada que cumpla las características o se acerque a algo parecido. Por el contrario, la explicación natural y materialista de este fenómeno es mucho más asombrosa y lógica, además de existir numerosas evidencias y estudios que apuntan en ésta dirección.
La complejidad del cerebro humano es realmente elevada. Los sistemas nerviosos en el mundo biológico son extremadamente complejos y aún misteriosos hasta cierto punto. Pero hay una frase que resulta ser muy cierta:
“Que no sepamos la explicación de algo, no significa que eso no tenga explicación; sí la hay, simplemente que no la sabemos aún”.
Hoy en día, se conoce bastante acerca del funcionamiento cerebral, de la evolución de la consciencia (distíngase de conciencia) y de las interacciones neuronales y las respuestas que éstas producen ante las diferentes situaciones a las que se ve sometido el individuo. Sin embargo, aún no se conoce todo, por lo que muchas cosas siguen pareciendo asombrosas, y aún son objeto de estudio. Pero, como dije antes, muchos hechos apuntan hacia una sola dirección: el “yo” como producto de millones de complejísimas reacciones producidas en el cerebro humano. Esta capacidad que tenemos de analizar nuestro mundo, autoanalizarnos y filosofar hasta de cuestiones que van más allá de la imaginación común, son lo que nos hace ser humanos. El “yo” construido gracias a estas complejas interrelaciones neuronales es algo quizás difícil de entender para muchos, pero también algo mucho más cimentado en pruebas y experimentos que cualquier otra hipótesis que trate de explicar este fenómeno.
Para muchos, es más fácil pensar en algo relativamente simple como el alma como único candidato para albergar lo que llamamos “yo”; lo que nos hace seres individuales y únicos. La simplificación y las respuestas inmediatas y fáciles son, en muchos casos, las mejores respuestas aceptadas por el común de los seres humanos, y no se trata de criticar a la humanidad en el sentido estricto y negativo de la palabra, sino de entender por qué sucede esto. Quizás este facilismo sea (o haya sido) una ventaja adaptativa, una adaptación darwiniana útil para nuestros antepasados y seleccionada con el paso del tiempo hasta difundirse por toda la población humana. Pero lo que nos hace diferentes, es el hecho de darnos cuenta de que somos más que nuestros genes; es decir, nuestros genes y nuestro comportamiento, evolucionados y modificados durante millones de años, tienen limitaciones como todo sistema natural. Así que depende de nuestra consciencia y nuestra capacidad de razonar y analizar, para desligarnos de éstos impedimentos y estrechez de miras en cuanto a la naturaleza de las cosas. Aplicar la navaja de Occam es válido en muchas ocasiones, pero evidentemente, no siempre lo será. En este caso, la explicación más sencilla, que es la afirmación de la existencia del alma, no es la correcta.
Y para concluir este tema, del que habrían muchas cosas que decir, resumo mis argumentos: Primero están la falta de lógica y de sentido de un alma que evolucione junto con las estructuras biológicas, cuestión de la cual se desprenden preguntas fundamentales como ¿de dónde proviene dicha alma? ¿de qué está conformada dicha alma? ¿dónde se ubica espacialmente el alma? ¿acaso está en cada célula, sólo en el cerebro, o va más allá de nuestro cuerpo material (a manera del famoso fenotipo extendido de Dawkins)? Todas estas preguntas son incontestables bajo el punto de vista científico, y menos desde el religioso y metafísico, ya que estas dos últimas formas de pensar ni siquiera consideran aspectos biológicos ni lógicos.
Como segundo punto está la imposibilidad de tal entidad bajo el punto de vista de la materia y la energía; si no pertenece ni a una ni a otra, ¿entonces qué es? Tendría que ser una sustancia ajena a este mundo natural, pero el problema de ello es que si tiene relación con nuestro cuerpo material y está ligado a él de algún modo, entonces bien podría ser factible estudiarla y medirla; sin embargo tal cosa no ha sucedido jamás ni hay atisbo de que suceda nunca, simplemente porque la sola serie de suposiciones caen en muchas contradicciones.
Y por último, la abrumadora evidencia que suponen los numerosos estudios científicos acerca del cerebro y del comportamiento humano, así como la evolución de este último y la aplicación de los conceptos de la integradora biología evolutiva en este tema.
Se podría decir que el alma existe sólo en las mentes humanas, tal como sucede con el concepto de Dios. A menos que a la complejidad material que genera constantemente el cerebro se le decida llamar alma (como término práctico, más que como concepto literal), no hay justificación alguna para suponer su existencia.
Durante años nos hemos detenido al menos un momento a pensar qué es lo que mueve nuestro ser, lo que nos hace ser nosotros mismos, quedándonos muchas veces sin respuestas materialistas y naturales ante tal cuestionamiento. Producto de este asombro y desconcierto inicial, concluimos que nuestra alma o espíritu es lo que nos hace ser seres humanos individuales y únicos, lo que nos hace ser “nosotros mismos”.
Pues, en este artículo explicaré algunas falacias lógicas de esta forma de pensar y algunos argumentos que hacen ver que lo que llamamos alma es una serie de procesos biológicos netamente materiales y naturales, moldeados por el proceso evolutivo.
Primero que nada, debemos analizar la concepción de alma o espíritu, y para ello utilizaré la definición religiosa de ésta palabra que la R.A.E. nos muestra:
“Alma: En algunas religiones y culturas, sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos.”
Es decir, el alma se considera como una energía. Los problemas de esta afirmación o suposición, han sido explicados en parte en uno de mis artículos anteriores dividido en dos partes: La Imposibilidad de lo Sobrenatural I y La Imposibilidad de lo Sobrenatural II. ¿Pero qué otras implicancias tiene el concepto de alma? Normalmente se considera que los humanos somos los únicos seres vivos poseedores de alma (según lo que las religiones nos dicen). Si este fuera el caso, y realizáramos un simple análisis evolutivo, empezarían a surgir las contradicciones. Veamos cómo es que sucede esto haciendo una regresión en el tiempo geológico. Supongamos que nos remontamos un poco hacia atrás en el pasado hasta llegar a nuestro antecesor más próximo: alguna especie de homínido bípedo muy similar a nosotros en cuanto a sus características generales. Asumimos que este homínido tiene alma también. Ahora retrocedamos mucho más hasta llegar a nuestros antepasados cuadrúpedos; por ejemplo, los insectívoros primitivos. Entonces asumamos que éstos también tienen alma. Ahora llevemos esta regresión hasta límites en los que la posibilidad de un organismo con alma ya se haría más difícil según la concepción que de ésta se tiene. Retrocedamos hasta nuestros ancestros bacterianos. ¿Una bacteria podría tener alma?... Asumamos que sí por el momento. Ahora retrocedamos a los primeros replicadores orgánicos, los precursores del ARN y el ADN. El alma en estas moléculas ya se hace más incompatible desde todo punto de vista. Y si vamos más atrás aún, llegaremos al límite entre el nivel atómico y el molecular. Pues, la pregunta del millón en este punto volvería a ser la misma: ¿una molécula o un átomo pueden tener alma?
Después de este simplificado y breve análisis nos damos cuenta de que para que el ser humano tenga alma, necesariamente ésta tiene que haber sido heredada de sus ancestros, y éstos ancestros tienen que haberla heredado a partir de sus ancestros, y así hasta llegar al origen de la vida. Otra posibilidad sería que ésta alma haya aparecido y evolucionado junto a las demás estructuras biológicas. Si esto último fuera tomado como respuesta, entonces no cabría darle al alma la etiqueta de “divino”, sino de natural. Una última posibilidad sería que el mismo Dios nos da el alma al nacer, pero sería aún más contradictoria, porque tendríamos que analizar primero la existencia de Dios (cuestión que tiene tanta evidencia y lógica como la del alma misma, es decir, nula) y preguntarnos en qué momento de nuestro desarrollo se nos “instala” el alma. Pero el problema de cualquiera de estas explicaciones es que simplemente no hay evidencia alguna de ninguna entidad o energía llamada alma; nada que cumpla las características o se acerque a algo parecido. Por el contrario, la explicación natural y materialista de este fenómeno es mucho más asombrosa y lógica, además de existir numerosas evidencias y estudios que apuntan en ésta dirección.
La complejidad del cerebro humano es realmente elevada. Los sistemas nerviosos en el mundo biológico son extremadamente complejos y aún misteriosos hasta cierto punto. Pero hay una frase que resulta ser muy cierta:
“Que no sepamos la explicación de algo, no significa que eso no tenga explicación; sí la hay, simplemente que no la sabemos aún”.
Hoy en día, se conoce bastante acerca del funcionamiento cerebral, de la evolución de la consciencia (distíngase de conciencia) y de las interacciones neuronales y las respuestas que éstas producen ante las diferentes situaciones a las que se ve sometido el individuo. Sin embargo, aún no se conoce todo, por lo que muchas cosas siguen pareciendo asombrosas, y aún son objeto de estudio. Pero, como dije antes, muchos hechos apuntan hacia una sola dirección: el “yo” como producto de millones de complejísimas reacciones producidas en el cerebro humano. Esta capacidad que tenemos de analizar nuestro mundo, autoanalizarnos y filosofar hasta de cuestiones que van más allá de la imaginación común, son lo que nos hace ser humanos. El “yo” construido gracias a estas complejas interrelaciones neuronales es algo quizás difícil de entender para muchos, pero también algo mucho más cimentado en pruebas y experimentos que cualquier otra hipótesis que trate de explicar este fenómeno.
Para muchos, es más fácil pensar en algo relativamente simple como el alma como único candidato para albergar lo que llamamos “yo”; lo que nos hace seres individuales y únicos. La simplificación y las respuestas inmediatas y fáciles son, en muchos casos, las mejores respuestas aceptadas por el común de los seres humanos, y no se trata de criticar a la humanidad en el sentido estricto y negativo de la palabra, sino de entender por qué sucede esto. Quizás este facilismo sea (o haya sido) una ventaja adaptativa, una adaptación darwiniana útil para nuestros antepasados y seleccionada con el paso del tiempo hasta difundirse por toda la población humana. Pero lo que nos hace diferentes, es el hecho de darnos cuenta de que somos más que nuestros genes; es decir, nuestros genes y nuestro comportamiento, evolucionados y modificados durante millones de años, tienen limitaciones como todo sistema natural. Así que depende de nuestra consciencia y nuestra capacidad de razonar y analizar, para desligarnos de éstos impedimentos y estrechez de miras en cuanto a la naturaleza de las cosas. Aplicar la navaja de Occam es válido en muchas ocasiones, pero evidentemente, no siempre lo será. En este caso, la explicación más sencilla, que es la afirmación de la existencia del alma, no es la correcta.
Y para concluir este tema, del que habrían muchas cosas que decir, resumo mis argumentos: Primero están la falta de lógica y de sentido de un alma que evolucione junto con las estructuras biológicas, cuestión de la cual se desprenden preguntas fundamentales como ¿de dónde proviene dicha alma? ¿de qué está conformada dicha alma? ¿dónde se ubica espacialmente el alma? ¿acaso está en cada célula, sólo en el cerebro, o va más allá de nuestro cuerpo material (a manera del famoso fenotipo extendido de Dawkins)? Todas estas preguntas son incontestables bajo el punto de vista científico, y menos desde el religioso y metafísico, ya que estas dos últimas formas de pensar ni siquiera consideran aspectos biológicos ni lógicos.
Como segundo punto está la imposibilidad de tal entidad bajo el punto de vista de la materia y la energía; si no pertenece ni a una ni a otra, ¿entonces qué es? Tendría que ser una sustancia ajena a este mundo natural, pero el problema de ello es que si tiene relación con nuestro cuerpo material y está ligado a él de algún modo, entonces bien podría ser factible estudiarla y medirla; sin embargo tal cosa no ha sucedido jamás ni hay atisbo de que suceda nunca, simplemente porque la sola serie de suposiciones caen en muchas contradicciones.
Y por último, la abrumadora evidencia que suponen los numerosos estudios científicos acerca del cerebro y del comportamiento humano, así como la evolución de este último y la aplicación de los conceptos de la integradora biología evolutiva en este tema.
Se podría decir que el alma existe sólo en las mentes humanas, tal como sucede con el concepto de Dios. A menos que a la complejidad material que genera constantemente el cerebro se le decida llamar alma (como término práctico, más que como concepto literal), no hay justificación alguna para suponer su existencia.
7 comentarios:
Dani!!!!!!!!!!!!!!
Felicitaciones una vez más por este post que hiciste!!! Me gusta la forma de deducción que tenes y como rechazas cada una de las opciones, a mi modo de ver vas llevando al lector a analizar y a replantearse cosas bastante interesantes.
Una critica que te voy a hacer es que es muy largo el texto lo cual, se complica para leerlo a todo sin cansarte, sobre todo por las letras blancas y el fondo negro…
Una cosa me gusto fue que hiciste muy linda introducción hasta la parte que das la definición de la RAE , es sencilla y fácil de interpretar.
Bueno Dani… Te dejo un Saludo y espero volver a leerte……. Chau
Gracias Gaby, que bueno que te gusten mis artículos. Sabes que? voy a seguir tu consejo acerca del color del fondo y voy a modificarlo. Voy a buscar algun color que me guste, porque tienes razon, cuando yo mismo he leido un buen rato letras blancas en fondo negro, cansa mucho.
Gracias por todo y un saludo =)
Muy bueno el texto, es tuyo?
lo unico malo es que es muy extenso, tal ves para proximos textos puedas hacerlo en 2 o 3 post.
Saludos.
Si Mauro, el texto es mío. No sé, pero casi siempre tiendo a escribir articulos de extensión media a larga, pero trataré de hacer algunos un poco más cortos o en todo caso ponerlos por partes como dices para que sea más facil leerlos.
Saludos
Hola Daniel. Tanto tiempo. Ya te comente en una ocasion que me habia gustado el articulo. La linea argumantal es irrefutable.
De todos modos, permitime hacer una observacion, que tiene que ver con el concepto de energia. La misma no es una sustancia , sino una propiedad,y por lo tanto, de algo, (las propiedades no existen en si mismas). Y es la propiedad de todo objeto material existente tenga o no masa. Es la propiedad que nos indica la capacidad real o potencial de cambiar. Dada esta aclaracion, carece de sentido hablar de algo inmaterial ( como la supuesta alma) como una "energia".
Por otro lado, tu argumentacion esta totalmente acorde con el concepto de EMERGENCIA, el cual permite explicar la aparicion de propiedades suprafisicas en los sistemas biologicos, sin necesidad de recurrir a fantasias sobrenaturalistas, con lo que estoy totalmente de acuerdo.
El concepto de emergencia y sistemas de todo tipo esta extensamente y claramente tratado por Mario Bunge, ( la lectura de sus obras referentes al tema es altamente recomendable).
Un abrazo.
Aldo.
"lo esencial es invisible a los ojos"
interesante la nota n.n
Muy interesante tu nota, te felicito la forma seria y cuidadosa de exponerla.
Lo que queda por analizar es ¿porqué personas educadas y concientes del acceso a información se aferran a creencias ya sea religiosas o superticiosas sin permitirse ni el mas mínimo cuestionamiento frente a las montañas de incoherencias autoaplicándose la fé como único recurso para auto-aceptar evidentes fantasias.
Un tema como para escribir libro verdad ?
Saludos cordiales
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